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No olvidemos que estamos en una crisis sanitaria

 
Fecha de Publicacion : 03/06/2020
Autor: Esperanza González Marín
 
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Un repaso a los medios de comunicación actuales nos descubre el abandono del foco informativo sobre la sanidad. Hemos pasado del homenaje a los sanitarios con el aplauso diario al olvido. Si nos fijamos, por ejemplo en los 23 artículos de hoy (30 de mayo) de la sección nacional de un prestigioso diario digital encontramos que ninguna de sus cabeceras (demandas, discusiones entre políticos, próximas elecciones…) plantea la actual problemática de nuestro sistema de salud ni posibles actuaciones futuras en él.

Se habla mucho de la desescalada y de sus normas en relación con el turismo pero leemos y oímos poco sobre cómo se va a plantear la desescalada en el mundo sanitario: camas de UVI que se van reservar, camas vacías para un posible rebrote, número de profesionales que se van a contratar y funciones para las que van a ir destinados y cómo se va a normalizar la atención de otras patologías o cómo afrontar las astronómicas listas de espera que nos van a quedar por citar sólo algunas de las cuestiones.

Las consecuencias económicas son muy graves, pero no olvidemos que proceden de una pandemia y que una pandemia hay que combatirla con medidas de salud pública y que las demandas judiciales, las discusiones en el Parlamento y las protestas en la calle no están aportando soluciones al problema original.

Estamos en una grave crisis sanitaria con consecuencias para la salud, la calidad de vida y la economía, y un sistema sanitario público universal y equitativo es la mejor arma que tenemos contra ella, así que tengámoslo presente y no dejemos que ni nuestros políticos ni la opinión pública olviden que tenemos que cuidarlo y reforzarlo.

Confinamiento, desescalada ¿dónde está la Salud Pública?

Fecha de Publicacion : 23/05/2020
Autor: Joan De Pedro Góme
 

Llevamos más de setenta días en estado de alarma, y parece que estamos empezando a creernos que lo que está pasando es natural, sabemos que la vida puede estar llena de situaciones imprevisibles, pero no podemos olvidar que las consecuencias de esta imprevisibilidad serán devastadoras para muchos de nuestros conciudadanos.

Tenemos derecho a conocer cuanto menos la magnitud de nuestros déficits, a manifestar la solidaridad con las víctimas y a reclamar más inteligencia para planificar un futuro que minimice estos riesgos. Deberíamos reconocer que se actuó con ingenuidad ante las primeras alarmas. Había indicios por las epidemias de los últimos doce años de los riesgos y aun así, los mensajes de calma inicial impidieron entender cuál era la dimensión real de la situación y emprender las acciones adecuadas.

La voz olvidada de la Salud Pública

Cuando se habla de "Sanidad Pública", la gente se refiere habitualmente a la asistencia sanitaria pública en hospitales o en los centros de atención primaria. Pero la "Salud Pública" es prácticamente una desconocida para la mayoría de la sociedad. Es crucial que la población sepa identificarla, conozca su cometido y entienda la importancia de tener unos buenos servicios y recursos de Salud Pública. La Salud Pública reúne un conjunto de actividades de prevención de la enfermedad (campañas de vacunación o de detección precoz de enfermedades), protección de la salud a nivel colectivo (ambiental, alimentaria, etc.), promoción de la salud (barrios saludables, salud comunitaria), que forma parte de la base del bienestar, la salud y la calidad de vida de los ciudadanos.

Y por supuesto, los recursos de Salud Pública cobran más importancia que nunca en una situación de epidemia como la que nos está tocando vivir y sufrir. Los profesionales expertos en epidemiología de los Departamentos de Salud Pública de las Consejerías de Salud y del Ministerio son los que deben y tienen capacidad de desarrollar las medidas y estrategias más adecuadas para su prevención, control y contención. Pero somos un país donde cada uno se siente tener el mejor 11 y ahora hemos descubierto que casi todos somos especialistas en pandemias, olvidando que existen magníficos profesionales con competencia demostrada, dedicados a proteger la salud pública, aplicando para esto la mejor evidencia científica disponible y contrastada.

Al mismo tiempo, hemos visto cómo la sociedad civil se veía obligada a autoorganizarse para dar respuesta a las necesidades de los vecinos de los barrios y pueblos, al igual que las múltiples iniciativas tomadas desde los ayuntamientos para ayudar a paliar las consecuencias de la Covid-19. Porque hemos aprendido que una epidemia no son sólo unas personas a los que hay que tratar de una enfermedad, sino que es un fenómeno colectivo que debe ser abordado desde una perspectiva comunitaria, para ser efectivos. Y que precisa una coordinación y apoyo de la administración pública que hemos notado a faltar. Esto es también Salud Pública.

La fragilidad de la Salud Pública

Es bien conocido por todos los profesionales del sector salud que las estructuras y los recursos en Salud Pública son la hermanita pobre del sistema, sin embargo, desde estas estructuras tan poco reconocidas y menospreciadas en los presupuestos a lo largo de décadas (apenas el 1,1% del gasto público sanitario de Balears, incluyendo el gasto en vacunas) deberían emanar todos los indicadores que han de influir en todas las políticas. La Salud Pública afecta y debe ser tenida en cuenta en todas aquellas decisiones de gobierno importantes a nivel de cada comunidad autónoma y a nivel estatal. Y cuando no pasa esto, nos llevamos sorpresas como esta. No tuvimos previsión, y nos encontramos con insuficiente estructura y medios para afrontar una situación tan compleja.

Esa fragilidad ha dificultado de manera decisiva la respuesta a la pandemia. ¿Cómo es posible que nadie haya valorado la importancia de lo que se nos venía encima? Las autoridades en Salud Publica han carecido de medios y del peso político para hacer oír su voz. Y mucho más grave, nos encontramos una situación, producto del desarrollo de políticas que durante años han debilitado las estructuras necesarias para luchar contra este tipo de emergencias.

Asimismo, la urgencia y la toma de decisiones centralizada de los gabinetes de crisis de composición opaca han descuidado el contar con todo el talento salubrista y epidemiológico presente en las diferentes administraciones, desaprovechando décadas de formación en planes de preparación de respuesta ante alertas epidémicas, comunicación de riesgos y atención a vulnerabilidades. Cabe recordar que la ley de Salud Pública de 2011 tenía previsiones sobre vigilancia en salud pública, sobre planes de preparación y respuesta, sobre un Centro Estatal de Salud Pública, etc. Pero no se realizaron los desarrollos reglamentarios que podrían haber configurado una salud pública coordinada y con potencial para haber preparado una respuesta más efectiva.

A pesar de la precariedad actual de la Salud Pública, y gracias sobre todo a la capacidad de reacción, a los esfuerzos y dedicación de sus profesionales, se ha conseguido una respuesta y coordinación del sistema de salud y la ciudadanía, que ha conseguido una contención muy significativa de la extensión de los contagios. Pero la pandemia también ha puesto de manifiesto la progresiva complejidad de los riesgos a los que se enfrenta nuestra sociedad y de los cuales, la crisis actual es solo el primer aviso. Debe hacernos pensar en una nueva Salud Pública, decididamente reforzada e imbricada en las decisiones políticas, pero lo suficientemente despolitizada como para que al frente de estos departamentos se cuente con profesionales de contrastada capacidad y reconocimiento para que puedan dirigir sin ningún género de dudas crisis como la provocada por la Covid-19.

¿Y ahora qué?

Pues resulta evidente que esta pandemia y el parón social en paralelo a la misma, va a generar innumerables sufrimientos y problemas que atender, escolarización, empleo, problemas emocionales? Pero quizás debamos ocuparnos de lo elemental, por si eso que llaman nueva normalidad no trae consigo las lógicas soluciones que todos esperamos de su mano. Por si acaso, sería mejor ir pensando en un plan sencillo pero que garantice la seguridad de los ciudadanos:

1. Refuercen la estructura de Salud Pública con profesionales con formación y experiencia en esta amplia disciplina llamada Salud Pública, porque llegarán otras crisis y estas deberían encontrarnos con unas estructuras mejoradas, con capacidad real de vigilancia sobre los asuntos que ponen en peligro la salud de la población. Otórguenles autoridad y capacidad de coordinación para generar alertas reales y condicionar las decisiones políticas, cuando estas se toman en contra de la seguridad y bienestar de la población.

2. Promuevan estructuras participativas donde todas las voces sean escuchadas. La base de la participación es la información y la transparencia, y la gestión de esta crisis y del desconfinamiento se ha caracterizado por su opacidad. Incluyendo la participación de las asociaciones ciudadanas y comunitarias.

3. Doten al sistema sanitario público de recursos tanto humanos como materiales, para que no vuelva a morir ni uno solo de nosotros (seamos profesionales o ciudadanos), por deficiencias subsanables conocidas con antelación.

4. Convierta a la Atención Primaria en el eje vertebral del sistema sanitario y hagan de ella un espacio de encuentro con la Salud Pública y la Atención Sociosanitaria. Es el momento de que Salud Pública, Atención Primaria y Servicios Sociales se pongan a trabajar conjuntamente.

5. Desarrollen la Ley general de Salud Pública de 2011 que contiene previsiones sobre vigilancia en salud pública, planes de preparación y respuesta, un Centro Estatal de Salud Pública y coordinación de los recursos en los diferentes niveles.

6. Olvídense de experimentos en la gestión y fortalezcan todas las estructuras sanitarias públicas para garantizar una correcta atención a la población. Recuerden que la primera responsabilidad de la administración pública debe ser garantizar la seguridad y el bienestar de los ciudadanos y ciudadanas por métodos probados, eficaces y eficientes.

Qué hacer con urgencia en la sanidad pública tras la pandemia

Fecha de Publicacion : 13/05/2020
Autor: Marciano Sánchez Bayle y Manuel Martín Garcia
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La actual pandemia pasará pero en todo caso habrá que prepararse para nuevas situaciones más o menos parecidas, porque los cambios que nuestro sistema económico y social ha producido en el ecosistema y la globalización neoliberal tienen unos costes que aunque con frecuencia los olvidamos, la realidad nos los recuerda, a veces como ahora de manera trágica.

Las deficiencias previas

La pandemia ha puesto en evidencia algunos problemas que nuestro sistema sanitario arrastraba hacía tiempo. El primero una baja financiación que viene de antiguo y que ha disminuido por los recortes, el gasto sanitario público se situaba en torno a 0,5-1 punto por debajo del promedio sobre el PIB de la UE y ha disminuido desde 2009 entre 0,7 y 1 punto en nuestro país. Luego un número muy bajo de camas hospitalarias por 1.000 habitantes que disminuyeron en más de 12.000 entre 2010 y 2018, poco personal del sistema sanitario, especialmente de enfermería, una Atención Primaria debilitada, escasez de material de reserva y una importante privatización, a lo que hay que sumar unas residencias con poco personal y de baja cualificación y en manos mayoritariamente del sector privado, de fondos de capital riesgo, con un mínimo control, lo que ha sido propiciado por los gobiernos del PP.

Nuestro sistema ha estado orientado esencialmente al tratamiento de las enfermedades crónico degenerativas que tienen su origen en determinantes medioambientales (contaminación, alimentación, estilos de vida), económicos (pobreza, paro, marginación, viviendas inadecuas) y sociales. Pero los cambios introducidos por el neoliberalismo (cambio climático, contaminación, recortes de los servicios de salud pública y una globalización incontrolada con un incremento exponencial de desplazamientos de personas y mercancías) ha reintroducido las epidemias infecciosas que parecían superadas para siempre y reducidas a países pobres, para las que nuestro sistema no está adaptado para enfrentarlas.

Pese a la evidencia de grandes problemas de equidad en salud en todo el mundo (y no sólo en los países de rentas bajas), los avances y descubrimientos científicos de la medicina en las últimas décadas hicieron suponer que el desarrollo tecnológico y científico, eran por sí mismos capaces de resolver los problemas de enfermedad a los que se enfrentaba la humanidad. La pandemia de la COVID-19 nos ha venido a sacar del error, a mostrar que no vivimos en la “edad de oro”, sino que hemos construido un modelo biomédico, en estrecha relación con la globalización neoliberal, que promueve la investigación y las tecnologías sanitarias como fuentes de negocio y que entiende la atención sanitaria como “medicina comercializada”, incluso en el marco de equidad que representan los sistemas sanitarios públicos. Pero existe otro enfoque que debe tenerse en cuenta, desde “la determinación social de la salud”: los microorganismos son sólo agentes y la verdadera razón del rebrote de las infecciones reside en el subdesarrollo, en el cambio climático, las prácticas de la industria agroalimentaria, el comercio y el turismo globalizados, los insecticidas, los plaguicidas… Si no solucionamos estos problemas, lo más probable es que se repitan situaciones parecidas en un futuro no lejano.

El apoyo a la Sanidad Pública

La pandemia ha demostrado la importancia de tener un sistema sanitario público de calidad con acceso universal. ¿Qué habría sucedido si se mantuviera la exclusión de cientos de miles de personas implantada por Rajoy & Mato en el RDL 16/2012? ¿Cómo hubieran evolucionado las cosas con un importante sector de la población sin acceso a la atención sanitaria? ¿Cómo, si las previsiones de los gobiernos del PP de una financiación para la Sanidad Pública del 5,13% del PIB se hubieran cumplido? ¿Cómo si las privatizaciones previstas por el PP en Madrid, Valencia, etc, se hubieran convertido en realidad? Por supuesto no puede saberse con exactitud, pero es evidente que todo habría ido mucho peor. No es casualidad que las dos CCAA con mayores problemas por la CPVID-19 sean las 2 mas privatizadas y las que menos presupuesto per capita tienen, las que han recortado y deteriorado más salvajemente sus sistemas sanitarios públicos.

La población se ha dado cuenta de la importancia crucial de una buena Sanidad Pública que es la garantía de acceso para todos/as a una atención sanitaria de calidad, y también del importante compromiso de los trabajadores de la misma en los momentos críticos.

El apoyo ciudadano a la Sanidad Pública es muy importante, porque los privatizadores a ultranza ahora procuran pasar desapercibidos, ya que se comprobó lo que ya se conocía, y algunos repetíamos hace tiempo, el sector privado se preocupa por obtener beneficios empresariales, no por asegurar los derechos de las personas y la calidad de los servicios públicos.

Ahora bien, hay que conseguir que esta hegemonía de lo público cristalice después de la pandemia, y lo haga en avances sustanciales en el reforzamiento de los servicios públicos esenciales como la Sanidad y los servicios sociales (el papel de las residencias privatizadas en la extensión y elevada mortalidad en España de la COVID-19 ha sido un ejemplo paradigmático de los riesgos de las privatizaciones). Conviene entonces estar especialmente vigilantes porque los “lobbies” del neoliberalismo siguen estando presentes y continuarán su erosión de los servicios públicos, en parte aprovechando los errores del gobierno, y por supuesto los que todos cometemos.

Lo que necesitamos hacer

Por eso tenemos que plantearnos las medidas a adoptar y hacerlo con urgencia antes de que la experiencia se diluya en la conciencia colectiva. Estas medidas deberían de pasar por:

1.Financiación suficiente de la Sanidad Pública. Hay que incrementar de manera importante la financiación sanitaria, pero hay que asegurarse de un aumento significativo en € por habitante y año para situarnos en el promedio de la UE (en 2018 en España fueron 1.617€ frente a por ej 3.879 de Alemania, 3.278 de Francia o 2.275 del promedio de la UE), porque relacionarlo al PIB, como hace el compromiso entre PSOE y UP de superar el 7% sobre el PIB, puede suponer incluso una disminución de las cantidades totales, con la prevista disminución del PIB, debido a la crisis económica provocada por la pandemia. Lo lógico seria en el medio plazo elaborar el Plan Integrado de Salud que establezca las necesidades de salud de la población y cuantifique las exigencias presupuestarias para hacerlas frente. Por otro lado es importante avalar una financiación finalista, podría ser un fondo específico para rescatar la Sanidad Pública gestionado por el Consejo Interterritorial, que complemente los presupuestos autonómicos y disminuya de forma significativa las diferencias en los presupuestos por habitante que existen actualmente entre las CCAA (y que en 2020 superaban los 500€). En este orden de cosas convendría garantizar la inclusión de los funcionarios en el Sistema Nacional de Salud, integrando las prestaciones sanitarias de las Mutualidades de Funcionarios en la Sanidad Pública. También es importante evitar que los posibles incrementos presupuestarios acaben en manos de laboratorios farmacéuticos (como vienen siendo habitual gracias a su poder de influencia sobre las administraciones y sobre los prescriptores). En todo caso conviene recordar que según el Observatorio Social de la Caixa (abril 2020): El gasto sanitario en España tiene un alto efecto redistributivo,siendo el mayor de las prestaciones sociales en especie.

2. Mejorar la coordinación interautonómica. La pandemia ha puesto de relieve las debilidades de la coordinación entre las CCAA y el Ministerio de Sanidad a la hora de proponer y hacer operativas políticas sanitarias comunes. Hay que establecer un nuevo marco de cooperación interautonómico para avanzar de manera coordinada en el futuro reforzando el Consejo Interterritorial como integrador de las estrategias de salud de los 17 Servicios de Salud promueva un Plan de Salud consensuado por las diferentes CCAA sin que suponga un nuevo centralismo. El Consejo debería permitir afrontar las nuevas pandemias desde el acuerdo, la colaboración y la coordinación intercomunitaria.

3.Potenciar la Salud Pública. Nuestros sistemas de salud pública han estado poco desarrollados desde siempre pero fueron más penalizados con los recortes. Hay que reforzar el dispositivo de la Salud Pública y desarrollar la Ley de Salud Pública, aprobada en 2011 y puesta en hibernación por los gobiernos del PP. Estos servicios deberían coordinar sus estrategias con la Atención Primaria y las administraciones locales para combatir los determinantes de la enfermedades crónico degenerativas (alimentación, contaminación, sedentarismo, tabaquismo, etc.) y los sistemas de alerta y contención de las nuevas epidemias de enfermedades contagiosas (Gripe A, Ebola, SARS, Coronavirus…) asociados a el cambio climático y la globalización. Los servicios de epidemiologia y lucha con las enfermedades infecciosas deberían reforzarse y mejorar su capacitación. El sistema de información de las diferentes CCAA debería estar controlado y gestionado por la Sanidad Pública.

4.Impulsar y desmedicalizar la Atención Primaria. Durante la epidemia la Atención Primaria, allí donde ha seguido funcionando, ha jugado en papel fundamental a la hora de atender la demanda de enfermedad, diagnosticar nuevos casos, controlarlos en los domicilios o informar a las familias sobre medidas para evitar contagios. Desde los Centros de Salud se ha atendido a pacientes en residencias de mayores, y mantenido las consultas telefónicas y presenciales para diagnosticar, informar y tranquilizar a la población. Este nivel asistencial ha demostrado su capacidad para acercar los servicios asistenciales a la población y gracias al conocimiento de los antecedentes personales, familiares y de su historial clínico, garantizando una atención cercana y segura las personas y familias que forman la comunidad. Pero para que pueda funcionar adecuadamente se precisa reforzar su papel en el sistema sanitario, aumentado su presupuesto (hasta el 25% del total sanitario) , el personal, sobre todo el de enfermería (potenciando la enfermería comunitaria) y otras categorías profesionales como la de psicología, fisioterapia, trabajo social para desmedicalizar las consultas y satisfacer las demandas de la población, que el actual modelo transforma en enfermedades y tratamientos medicamentosos , estableciendo criterios mínimos por TSI, mejorando sus medios y potenciando la atención domiciliaria, la prevención y la promoción. La gestión de los procesos asistenciales deberían estar coordinados desde la Atención Primaria. Una renovada AP debería recuperar su carácter comunitario mejorando su coordinación con los hospitales, servicios de salud pública, alerta epidemiológica, recursos sociales, atención a la dependencia e instituciones municipales, con la participación e implicación de la población en el marco de las Áreas Sanitarias. La Atención Primaria debería hacerse responsable de la asistencia a las personas mayores en las residencias, lo que exige que los Centros de Salud donde haya residencias deberían incrementar sus equipos especialmente en enfermeria, psicología, fisioterapia y trabajo social

5.Incrementar las camas hospitalarias de la red de gestión pública. Tenemos un déficit muy importante de camas hospitalarias que se ha convertido en crítico durante la pandemia. Son necesarias entre 50 y 70.000 camas hospitalarias más en todo el país, la mayoría de ellas de larga y media estancia. La saturación de las camas de los hospitales de agudos por los pacientes contagiados por el virus y la paralización de la atención a enfermos con otras patologías plantea la necesidad de crear una red Camas de crónicos de las que apenas disponemos que sirva de colchón para futuras pandemias y mejore la eficiencia hospitalaria. Convendría también a medio plazo realizar un plan estratégico de atención especializada para adaptarla a los nuevos retos de salud.

6.Acabar con las privatizaciones y recuperar lo privatizado. La respuesta a la pandemia ha venido desde la Sanidad Publica porque el sector privado esta interesado en la búsqueda de beneficios y no en garantizar la salud de la población. Las privatizaciones han sido una pesada losa sobre el sistema sanitario y han mermado de manera significativa su capacidad de respuesta. Es ahora el momento de detener la deriva privatizadora. Hay que abolir la Ley 15/97 de Nuevas Formas de Gestión y aprobar una legislación que acabe radicalmente con este goteo privatizador, blindado la Sanidad de gestión pública, y además comenzar a recuperar lo privatizado en este tiempo, especialmente los hospitales de Colaboración Público Privada, los laboratorios centrales, servicios de diagnostico por imagen, reducir la concertación con centros privados limitándola a su carácter subsidiario respecto de la publica, suprimir las desgravaciones de los seguros privados complementarios y exigir el cumplimiento de las incompatibilidades y la dedicación exclusiva a los trabajadores del sistema publico.

7.Aumentar los trabajadores del sistema público de salud. Los recortes propiciaron una disminución importante de los trabajadores del sistema sanitario que ya eran comparativamente bajos respecto a otros países de la UE y la OCDE. Hay que comprometerse con unas dotaciones suficientes de personal en nuestro sistema sanitario en todas las CCAA y también con la formación de los profesionales, aumentando las plazas de formación postgrado (MIR, EIR, etc), proporcionando formación continuada a los mismos independiente de los intereses comerciales, fomentar la dedicación exclusiva, etc.

8. Realizar un plan de abordaje de las listas de espera. Las listas de espera, ya muy elevadas en el sistema sanitario, se han incrementado notablemente debido a la focalización de todo el sistema en la atención al covid19. Debemos poner en funcionamiento un plan especifico, a medio y largo plazo para reducirlas a lo técnicamente imprescindible, este plan tiene que articular los recursos del conjunto de la Sanidad Pública (primaria y especializada) y sumar una garantía de derechos + recursos públicos + sistemas organizativos + sistemas de información y rendición de cuentas, y que tiene que tener un carácter estable.

9.Crear un fondo de reserva de material sanitario. Las carencias de material sanitario que han agravado la pandemia han sido provocadas por la ausencia de reservas estratégicas del mismo (agravadas por el adelgazamiento economicista de las existentes en algunas CCAA como Madrid) y por la ausencia de fabricantes en el país. Necesitamos poner en marcha una reserva estratégica de material sanitario que podría estar gestionado por el Ministerio de Sanidad, y una Industria Sanitaria Pública que acabe con la dependencia de otros países.

10.Control del gasto farmacéutico y potenciar la fabricación pública de medicamentos. El aumento del presupuesto sanitario será inútil, si como ha sucedido durante los gobiernos del PP, se traslada directamente a la industria farmacéutica (más del 18% de aumento en 5 años; 5,4% de aumento en 2019, 9,3% en farmacia hospitalaria). Hay que garantizar que el gasto farmacéutico crece por debajo de los presupuestos sanitarios públicos (entre el 0,5-1% menos) y hacerlo mediante la fijación de precios acorde con los costes reales, promocionando la utilización de medicamentos genéricos, la utilización de las centrales de compras para todo el Sistema Nacional de Salud y promocionando una industria farmacéutica pública que acabe con los desabastecimientos y la especulación (el papel durante la pandemia del centro de farmacia militar ha sido importante y podría ser un germen de la misma). Por otro lado deberían anularse los copagos establecidos por el RDL 16/2012 que son un obstáculo para el acceso a los medicamentos que necesitan para las personas mas enfermas y con menores ingresos. Es necesario crear un organismo de gestión pública que evalúe y controle las nuevas tecnologías antes de su difusión por el sistema que podría depender del Consejo Interterritorial para dar participación a las CCAA.

11.Favorecer la investigación sanitaria pública. La investigación ha sido abandonada en nuestro país de una manera irresponsable. Aunque no se puede hacer una relación directa entre la investigación y los resultados inmediatos, es obvio que sin investigación, sin ciencia, no hay avances en el futuro, y además se esta a expensas de la utilización de las patentes de otros. Hay que asegurar al menos el 1,5% del presupuesto sanitario público destinado a la investigación, y favorecer medidas que consoliden los equipos de investigadores en nuestro sistema público. La investigación debería estar dirigida a mejorar la salud de la población y es necesario acabar con las plataformas público privadas controladas por los laboratorios, industria tecnológica y fondos de inversión, que están utilizando fondos, recursos y pacientes del sistema público para investigar nuevos medicamentos y aparatos tecnológicos que patentan en su propio beneficio.

12.Fomentar una red pública de residencias de mayores. El desastre de las residencias ha sido uno de los amplificadores de la pandemia, que están asociados a su privatización en manos de fondos de inversión, entidades religiosas que recortan personal, reducen la calidad de las instalaciones, hacinan pacientes e incumplen los protocolos que garantizan la seguridad de los residentes. Debería realizarse con carácter urgente una auditoria de todas ellas e intervenir las que supongan un riesgo para la salud. Es necesario crear una red de residencias de titularidad y gestión pública de tamaño adecuado que eviten grandes concentraciones, con unos recursos suficientes, en infraestructuras y en personal, y cuidados acordes con las necesidades de las personas que viven en ellas y potenciar los recursos previstos por la Ley de la Dependencia para que las personas mayores puedan mantenerse en sus domicilios con el apoyo de cuidadores y recursos públicos

Se trata de propuestas a desarrollar de manera urgente para potenciar la Sanidad Pública y garantizar su recuperación. La población y los trabajadores de la Sanidad han realizado un esfuerzo importante de solidaridad y de contención en este tiempo que ha logrado contener el avance de la pandemia en nuestro país. Ahora es necesario que las administraciones públicas respondan de una manera eficaz y eficiente para asegurar que no vuelve a repetirse la misma, y que si lo hace o se presentan nuevas epidemias, tenemos los recursos suficientes para dar una respuesta que garantice la salud de todos/as. Desde la sociedad, los trabajadores de la Sanidad y las organizaciones sociales tenemos que exigirlo.

La solidaridad y la salud mental

 
Fecha de Publicacion : 01/05/2020
Autor: Esperanza González Marín
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En estos momentos, los profesionales de la salud estamos también preocupados por las consecuencias del COVID 19 sobre la salud mental.

En muchos casos se han interrumpido tratamientos y supervisiones de los pacientes más graves pero, sobre todo, hay un aumento de trastornos de ansiedad y depresiones, marcados por una “ansiedad anticipatoria”: el miedo y las preocupaciones sobre lo que pueda pasar en un futuro inmediato. Miedo al contagio, que a veces lleva a adoptar las medidas hasta extremos patológicos (los rituales de los trastornos obsesivo compulsivos) o miedo a enfermar y a sus consecuencias (“quién me va a atender”, “no voy a poder atender”, “me puedo morir”). Pero también miedo a perder el trabajo, el negocio, o simplemente a no tener para comer. Otro factor es el confinamiento que se ha adoptado para combatir la transmisión y que origina la suspensión de mecanismos que nos ayudaban a mantener nuestro bienestar, nuestras actividades rutinarias, las relaciones sociales, el poder compartir espacios y preocupaciones. El confinamiento ha provocado en nosotros un distanciamiento, una disminución de las expresiones físicas de aprecio y en muchos casos la soledad total.

Todos los expertos coinciden en aconsejar, para sobrellevar este período, que se haga ejercicio físico en casa, que se mantenga un horario de actividades fijando un espacio de tiempo para la información (no sobrecargar), mantener contactos telefónicos y telemáticos y compartir las preocupaciones. En relación con esto los solidarios y justos aplausos de las ocho tenían una clara utilidad: compartíamos con nuestros vecinos un tiempo con un objetivo común, nos saludábamos en la distancia, se establecían relaciones, e incluso a veces actividades comunitarias.

Sin embargo, en estos momentos hay una reacción destinada a acabar con esta actividad de la que todos pueden participar y que, por eso mismo, es justa y saludable. Algunos medios de comunicación y redes sociales alientan actitudes que potencian los miedos (crespones, declaraciones catastrofistas o que generan inseguridad) que originan protestas hacia los trabajadores esenciales, discusiones, o boicot de las expresiones de solidaridad.

Nadie niega que puede haber, y hay, dudas y críticas hacia las estrategias adoptadas, pero creemos que por el bien de nuestro bienestar psíquico, no nos debemos dejar arrastrar por intereses espurios ni abandonar aquellas actividades que nos permiten expresar, y sentir, una solidaridad necesaria y justa.

Esperando el tiempo de las cerezas

 
Fecha de Publicacion : 13/05/2020
Autor: Emilio Ramos Delgado
 
coronavirus 6mayo pixabay

Si tuviera que escoger, no sería una novela de terror ni una de ciencia ficción mi primera opción. Hoy tengo que vivir y escribir inmerso en una situación que nos atemoriza y de la que no conocemos el final ni la estrategia evolutiva. Nos veo como personajes de D. Benito Pérez Galdós, viviendo una historia que otros nos han escrito, en esta ocasión, una molécula de RNA encapsulada, sin inteligencia, un virus.

Pero… ¿sólo ha sido un virus quien nos lo ha impuesto? ¿Nada ha tenido que ver la actual forma de afrontar el mundo, de vivir en grandes aglomeraciones, de entender las relaciones entre seres humanos, de hacer política… la globalización?

Si hubieran sido otras las reglas del juego… ¿estaríamos ahora en esta situación o la pandemia no habría aparecido, a lo sumo sería un brote infeccioso localizado en una remota parte del mundo que no se habría expandido, al menos, a la velocidad exponencial que lo ha hecho? En todo caso, conviene no olvidar otras pandemias ya presentes antes de 2019, el hambre, la guerra y las enfermedades infecciosas: sida, tuberculosis, chagas o malaria, que cabalgan matando a muchos miles de personas cada año y ante las que el mundo rico mantiene una actitud lejana; son algo que no le afecta directamente.

Apareció la pandemia de COVID-19 y se nos vino encima sin que los sistemas de epidemiología nos alertaran. Hace no mucho tiempo, leía sobre la metodología que los epidemiólogos seguían para detectar la llegada de patógenos importados, en este caso, por las aves migratorias, y cómo se mantenía una red de alerta epidemiológica fundamentada en la toma de muestras a las aves en las zonas de descanso.

Y pensé, incauto personaje galdosiano, que estábamos a salvo. Que ningún patógeno llegaría sin que le estuviéramos esperando, preparados para contenerlo y evitar su propagación, incluso creyendo que las condiciones ecológicas de nuestra península limitarían sus posibilidades de asentamiento. Que aunque pudiera llegar volando en la sangre de un ave migratoria o en la de algún mosquito exótico, no lo haría sin que nos apercibiéramos de ello a tiempo….

Y llegó posiblemente en un avión… En uno de esos vuelos que por miles y miles cruzan de una parte a otra del mundo, contaminando brutalmente la atmósfera.

Ahora está aquí el virus marcándonos el ritmo. Nos ha pillado distraídos, a otra cosa. Tal vez pensando en cómo ganar más dinero, buscando oportunidades de negocio: ¿Y si invirtiéramos en la Sanidad española, no en toda, que es muy cara y sin rentabilidad?... En una parte, en unos hospitales en Madrid o en Valencia. ¿O si construyéramos un hospital en la ciudad más industrial de una envejecida comunidad autónoma, donde nadie va a protestar... Castilla y León, por ejemplo, por lo demás, poco rentable?

¿Invertir en ciencia e investigación pública? No, hombre, que luego son la competencia. Mejor invertimos en equipos de fítbol o en urbanizaciones para ricos europeos en la costa. Nadie protesta, los ecologistas están acabados por viejos o por desalentados, y si augmentin online espana, se le desprestigia.

Otra oportunidad de negocio… las residencias de ancianos. España es un país envejecido y con unas perspectivas excelentes, pues los hijos del boom de natalidad de los 60 están jubilándose ahora, y en 10 o 15 años empezarán a discapacitarse. La Sanidad pública les mantendrá vivos, incluso puede que con buena salud.

Prevaleció la frivolidad, la ambición absurda o criminal por la acumulación de capital, se despreció al individuo si no era fuente de enriquecimiento.

La consecuencia del bucle perfecto la estamos empezando a intuir en esta novela-realidad de ciencia ficción y terror.

Nos hemos visto obligados a encerrarnos en nuestras casas para evitar, parcialmente, una mortalidad insoportable. Para retrasar la velocidad de propagación de la enfermedad y dar tiempo a estudiar el problema, encontrar tratamientos y diseñar una vacuna. Muchos profesionales dedicados a los cuidados, y no sólo sanitarios, se han visto abocados a trabajar hasta el agotamiento y lo han hecho muy bien. Han cumplido con su deber por responsabilidad, por la satisfacción de hacer el bien y cumplir con lo que consideran su obligación. Cada uno en su lugar... La asistencia sanitaria, a punto de desbordarse.

Pero la cívica actitud de la comunidad ha logrado el objetivo de enlentecer el contagio. A partir de aquí, no sabemos qué va a ocurrir y, como decía, no hay escrita una estrategia. Hay que inventarla y buscar entretanto la piedra de roseta que nos muestre el idioma en el que habla y actúa el virus que produce tanto daño en distintos órganos y sistemas del cuerpo humano.

Tenemos que continuar trabajando. Así lo entienden hasta los oportunistas, los estraperlistas y especuladores que ya han visto nuevas ocasiones de negocio y buscan su parte en el botín.

En nuestro caso, en la Atención Primaria de Salud, hemos tenido que trabajar sin medios diagnósticos, sin acceso a los tratamientos conocidos y, hasta hace poco tiempo, sin protección adecuada. Hemos cumplido nuestra tarea y ahora debemos cuidar a los convalecientes, recuperar a los enfermos, a toda la comunidad. Pero necesitamos esos medios diagnósticos para detectar los nuevos casos y así poner en práctica cuanto antes las medidas pertinentes. No podemos mantener en la duda los cuadros febriles, aquellos que hasta hace tres meses eran viriasis banales que tratábamos con paracetamol y medidas higiénicas. Es imprescindible detectar los casos de infección por COVID-19 para mantener controlada la pandemia.

Pero, además, hay que cuidar al resto de la población: sanos, ancianos, dependientes, pacientes crónicos… Y para eso tenemos que inventar un nuevo método para el que vamos a precisar la complicidad de todos. No podemos seguir amontonados en las salas de espera. Necesitamos atender primero lo más urgente. No podemos dejar descuidados a los inmovilizados en su domicilio. Tenemos que aprender a utilizar y sacar el mayor rendimiento a las nuevas tecnologías. No podemos renunciar a las mejoras desburocratizadoras. Hay que avanzar en hacer desaparecer esas dificultades. Hay que aumentar recursos. Tenemos que atender a todos por igual desde la Sanidad Pública, y eso incluye también a los ancianos y dependientes que viven en residencias o están institucionalizados.

Por el momento, en Castilla y León mantenemos el confinamiento. En mi opinión, una medida acertada tomada por quien sabe y conoce su oficio.

Cuídense, por favor, que así nos cuidamos todos.

Por fin hablamos de salud

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Fecha de Publicacion : 27/04/2020
Autor: Esther Etxegarai y Agurtzane Ortego. Osalde/FADSP
 
 

Intentan hacernos creer que lo que está pasando es natural, que la vida es así, llena de acontecimientos imprevisibles, que el  azar y la casualidad nos han jugado una mala pasada pero no es cierto. Aunque el medio ambiente, la globalización, la incidencia de lo mercantil en la organización de nuestras vidas sea un telón de fondo y no estén en la superficie, es innegable que la urbanización salvaje, la falta de consideración hacia los hábitats de las diferentes especies, la necesidad de crecimiento constante en las políticas económicas tienen algo que ver con lo que está ocurriendo.

Comencemos por el principio. Inicialmente vimos las imágenes de lo que estaba ocurriendo en China: medidas draconianas de aislamiento de la población, utilización masiva de mascarillas, desinfección de calles e instalaciones, cierre de aeropuertos y transporte público, construcción de un hospital en 10 días. UCIs atestadas y muchos fallecimientos. Volvimos a ver imágenes similares en otras zonas de Oriente como Singapur, Corea y después las vimos en Italia. Allí la situación era cada vez más parecida a los países orientales pero según decían, con más relajación en las medidas de confinamiento.

Ya en ese momento, aquí se declaraba que estábamos en la fase de contención de la epidemia, caracterizada por la identificación de casos y control de contactos y, de repente, se produjo la tormenta perfecta, un funeral, muchas personas contagiadas, entre ellos una doctora del hospital de Txagorritxu, muchos sanitarios y sanitarias en cuarentena y el virus en la comunidad. Y prácticamente sin sentir, pasamos a la fase de mitigación y al confinamiento. La pandemia estaba ya aquí, como lo reconoce la OMS unos días después (El 11 de marzo, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, declara que el coronavirus Covid-19 pasa de ser una epidemia a una pandemia).

Así estalló un fenómeno no conocido hasta ahora para él que nadie se había preparado: no había plan elaborado alguno para su afrontamiento ni reserva suficiente de los medios necesarios para abordar un acontecimiento cuya característica más representativa ha sido la INTENSIDAD.

Esta falta de previsión ha sido uno de los fallos de mayor calado en lo que ha ocurrido posteriormente: no solo ha tenido consecuencias críticas en la falta de protección del personal sanitario y auxiliar de los Centros de Salud, Hospitales y Residencias, sino que reforzado, además, por la magnitud e inmediatez de la presión que se ha producido sobre el sistema sanitario, ha producido graves consecuencias sobre la mortalidad debida al coronavirus al haber ignorado uno de los principales lugares en los que se iba a generar, las residencias de ancianos.

¿Cómo podemos interpretar este “despiste”? ¿Por qué nadie ha valorado seriamente la posible dimensión de lo que estaba por llegar? Posiblemente todos tendremos alguna explicación que ofrecer, entre ellas, una podría ser la indiferencia (cuando no racismo) que nos caracteriza cuando miramos lo que ocurre a los habitantes de “zonas valoradas como menos importantes del planeta”. No les hemos tomado en serio y se ha producido un cierto desdén hacia las noticias que llegaban desde allí. Total, ya les había ocurrido en otras ocasiones y no ha llegado nunca a pasar aquí nada importante. Otra, podría ser la vivencia que caracteriza a nuestra época, de estar permanentemente sometidos a una amenaza que se cierne sobre nosotros, consecuencia de nuestra forma de vida y nuestra forma de estar en el mundo. Su presencia nos crea angustia e inquietud pero, al sentirnos impotentes para hacerle frente, la ignoramos y actuamos como si a nosotros no nos pudiera pasar, calmando así la desazón que nos crean todas esas informaciones.

Por último, también es necesario valorar elementos más concretos como la dimensión de nuestros servicios de Salud Pública, su separación del área asistencial, su falta de influencia en las decisiones del Departamento de Sanidad. ¿Qué ha pasado con la vigilancia epidemiológica, con la red de médicos vigía? ¿Por qué están como desaparecidos del mapa? ¿Quiénes son los expertos que están tomando decisiones sobre lo más conveniente para la mitigación y la erradicación de la pandemia?

De hecho, en la comunidad autónoma del País Vasco, se creó el Comité de dirección para la gestión y coordinación de todos los recursos sanitarios por orden de 18 de marzo en el que Salud Pública no aparece.

“Orden de 18 de Marzo de 2020, de la Consejera de Salud, por la que se crea el Comité de Dirección que gestionará y coordinará todos los recursos sanitarios, de gestión y de voluntariado disponibles en el ámbito de la Comunidad Autónoma del País Vasco para hacer frente a la crisis provocada por el coronavirus (Covid-19)”

A partir del inicio de la mitigación se empieza a actuar por ensayo-error sin existir previamente ninguna estrategia en cuanto a organización, medios, o valoración de las repercusiones de las medidas que se toman. Son decisiones comprometidas con un alto grado de complejidad pues la información disponible sobre el virus y su comportamiento es escasa, incompleta y a veces contradictoria. No hay respuestas previamente establecidas y las que se emiten tampoco pueden estar bien fundamentadas. La dificultad para realizar una adecuada planificación, para proponer tratamientos apropiados a los enfermos por falta de evidencias clínicas y de datos de calidad, añadido a una alta presión por la contagiosidad del virus y la severidad de los procesos, ha conformado una nueva práctica de la medicina que se conoce informalmente como “Medicina basada en la existencia”, pues se utilizan empíricamente los fármacos que existen, se usan los sistemas de protección que existen (y si no se apañan), se hacen los test que existen, etc…

Aun así, el impacto que la epidemia ha tenido sobre el sistema sanitario ha sido tan grande que todo aquello que hasta ahora era inamovible se ha movido y mucha parte de él se ha transformado. Algo que era impensable, la rotura de todas las inercias que estructuran la atención sanitaria, la atenuación del conjunto de fuerzas que presionan al sistema sanitario para su configuración, se ha producido. Éste se ha reconstituido de una forma mucho más plástica, intentando dar respuesta a las nuevas necesidades surgidas. El esfuerzo ha sido y está siendo contundente a pesar de que las circunstancias no han podido ser más adversas.

Y así las cosas, ya hemos alcanzado la parte descendente de la curva. Habrá que analizar hasta qué punto el confinamiento decretado por el gobierno ha contribuido a ello y comparar con lo acontecido en otros países. Pero ahora, lo primero que hay que decir es que es necesario elaborar una estrategia para proseguir y que esta estrategia debe estar basada, a poder ser, en evidencias para lo cual es imprescindible ir acumulándolas para que en el momento oportuno estén disponibles. Esto significa que en todos los niveles de actuación del sistema sanitario hay que empeñarse en generarlas, en intentar sistematizar las diferentes situaciones y resultados para luego poder sacar conclusiones que ayuden a la toma de decisiones razonadas y prudentes.

De aquí en adelante van a comenzar a mostrarse los problemas derivados de las opciones tomadas contra el coronavirus, fundamentalmente las secundarias al confinamiento.

Esta medida necesaria para el abordaje de la epidemia, ha dejado claro que la sociedad no es homogénea y que no todos los grupos sociales sufren sus consecuencias con la misma intensidad. Las desigualdades derivadas de la clase social, la violencia, la opresión patriarcal, los grupos vulnerables…ya existían previamente pero la reclusión los ha puesto de manifiesto claramente.

Todavía sabemos muy poco sobre la representación social de la enfermedad Covid-19 pero sería deseable que, en el futuro, nuestros sistemas de información pudieran ofrecernos una imagen detallada sobre los grupos sociales que están sufriendo más el alcance de la epidemia y de la mortalidad y sobre los condicionantes sociales de la salud que influyen para que esto suceda. También parece claro que los grupos en desventaja social y buena parte de las clases medias van a sufrir en mayor medida el impacto de la crisis económica y social. Como antes hemos comentado, las decisiones han sido muy complejas y hubo un momento en que se planteó la disyuntiva entre salud y economía. Este dilema contemplado desde la perspectiva de la salud tiene un sentido relativo puesto que, cuando se mira en el corto plazo, el cierre completo de la actividad económica puede estar contribuyendo en disminuir la curva de infección, pero a medio y largo plazo va a tener consecuencias importantes sobre la salud de un segmento considerable de la población.

Y POR FIN SE HABLA DE SALUD

Se puede incluso en estos tiempos escribir con mayúsculas a pesar de que ha estado tradicionalmente ausente de todos los discursos políticos. Pero hoy se ha transformado en un titular. Esta es una condición favorable para que la asistencia sanitaria se revise, se modifique la gestión y la gobernanza para que no sigan siendo igual de mediocres. Es necesario corregir la  inexperiencia en buen gobierno de nuestro sistema sanitario, la insuficiente defensa de su carácter público y universal, su burocratización, el hospitalocentrismo… y, especialmente, el que éste se rija por decisiones cortoplacistas para rentabilizar votos.

Para ir saliendo de esta situación de pandemia son necesarias decisiones de mucha envergadura que deberán apoyarse en la ciencia y en los científicos pero que tendrán que ser tomadas por los políticos porque muchas de las medidas necesarias para paliar esta crisis, son de carácter económico y social. Por ello, insistimos otra vez en la necesidad de la presencia de la Salud Pública en los comités científicos y técnicos.

Nos dicen y nos dirán también que nos dejemos conducir, que ya existe una estructura que analizará y determinará qué es lo que hay qué hacer. Que nuestro papel es alinearnos con las directrices que nos llegan y dejarnos guiar. Pero de la misma forma que, en el nivel de la macrogestión o administración, ya se escuchan voces que piden formar parte de las decisiones, en el resto de los niveles de gestión también hay que reivindicarlo.

Ha sido claro que la mesogestión a nivel sanitario tiene mucho que aprender, se ha caracterizado por la disparidad en las orientaciones, por la multitud de protocolos y órdenes que han variado según las diferentes OSIs y zonas, sin quedar claro en muchas ocasiones en base a qué criterios han existido esas diferencias. Ha habido caos y desorganización en la distribución del material de protección y su utilización (en unas OSIs las visitas domiciliarias se hacen de dos en dos personas y en otras de una en una) y se ha notado la falta de formación en la protección de riesgos biológicos.

En estos momentos, ya se ha empezado a invertir mucho dinero en el sistema sanitario con peligro importante hacia la deriva tecnocrática. La presión sobre los hospitales ha sido tan importante que es toda una tentación hacer pivotar la asistencia sanitaria sobre ellos. Han sido y son la estrella mediática.

Y LA ATENCIÓN PRIMARIA DE LA SALUD  (AP), ¿QUÉ PASA CON ELLA?

A nivel público prácticamente no ha existido la AP (es de poco interés para las multinacionales y da poco brillo al gobierno), es como si hubiera desaparecido del mapa y no hubiera cumplido ningún papel en la contención y abordaje de la epidemia. Pero no ha sido así y hay que decirlo alto y claro, es de las cosas que han funcionado. Ha realizado detección de casos, seguimiento y valoración de los mismos, cribaje de pacientes subsidiarios de tratamiento domiciliario u hospitalario con respecto al Covid, está siendo el pilar de consulta y seguimiento de todas las patologías crónicas secundarias a otras causas que han quedado desatendidas en otras instancias del sistema y ha comenzado ya con el seguimiento de los pacientes dados de alta tras su hospitalización.

Para poder abordar todo lo mencionado, la AP también se ha reorganizado y se han superado barreras que también hasta hace poco parecían imposibles. ¿Qué ha pasado con la actividad burocrática? ¿Se puede mejorar? ¿Se puede crear equipo, modificar agendas, reorganizar funciones cuando es necesario? Éstas creemos que son parte de las atribuciones de la microgestión pero que no termina con ellas. Los equipos han sido muy dependientes de las decisiones de la dirección de cada una de sus OSIs sin valorar suficientemente que su papel no tiene por qué limitarse a la reorganización derivada de esas decisiones y que deben tener más iniciativa y músculo para plantearse, desde su propio barrio o zona asistencial, qué necesidades había y hay y cómo abordarlas.

La AP del País Vasco viene de una situación de abandono que se incrementó con la creación de las OSIs. No solo en términos económicos o de precariedad laboral, también en parte, por la ya tradicional desconfianza y desinterés que la Administración tiene hacia este nivel de atención, cuyas actividades y resultados parecen, curiosamente, tan difíciles de medir.

Muchos Centros de Salud se han quejado de la sobrecarga asistencial, de la existencia de procesos burocráticos que no aportan nada, de la imposibilidad de realizar nada más allá de la asistencia, pero la Administración ha hecho oídos sordos a todas estas protestas manteniendo una línea directiva que ha funcionado a través de órdenes de arriba hacia abajo, haciendo desaparecer prácticamente cualquier iniciativa. Solo ha reaccionado cuando la AP se ha organizado y ha comenzado a movilizarse (Ej. la plataforma Lehen Arreta Arnasberritzen). Desgraciadamente para todos, la estrategia elaborada para iniciar un cambio se ha visto truncada al poco de comenzar su puesta en práctica por la aparición del Covid-19. Esta sacudida la ha dejado anticuada sin tiempo para haber valorado su alcance.

Pero hay que proseguir y  la AP tendrá que reorganizarse de nuevo para la fase de desconfinamiento, y deberá plantearse la necesidad de mantener las cualidades de este nivel de atención (longitudinalidad, trabajo en equipo, etc), intentando no volver a lo anterior, quitando grasa inútil y sabiendo que la relación con los ciudadanos ha cambiado radicalmente. Éstos han modificado por fuerza mayor la manera de utilizar los servicios sanitarios y se ha roto un equilibrio que habrá que volver a encontrar de una forma menos consumista, con menos actos innecesarios y trabajando seriamente por romper la inercia de la “Ley de cuidados inversos” que  dice que el acceso a la atención médica o social de calidad varía en proporción inversa a su necesidad en la población asistida. Pero esta nueva forma de relación no podrá suponer una barrera para el acceso a los servicios.

Es tradicional en nuestros centros de Salud que cada miembro del equipo conozca bien a sus pacientes y a partir de ellos, establezca una visión de las características de la zona donde trabaja. Esta visión se va compartiendo para generar una imagen más global. Sin embargo, ha sido una pena, que no haya habido previamente una actitud más activa para establecer una representación del barrio más objetiva, con más detalle, con señalización de áreas problemáticas y conocimiento de los recursos de los que dispone para dar salida a sus carencias y desigualdades. Haberlo hecho anteriormente hubiera permitido contar con ese conocimiento para elaborar respuestas (junto con otras redes sociales) más en consonancia con las necesidades generadas por el Covid-19.

Habrá por tanto que plantearse de nuevo y más consecuentemente la atención comunitaria, pero no como un lujo, sino como una prioridad para implementar medidas de rescate a las personas más afectadas por las consecuencias económicas y sociales de la pandemia.

Y por último, están las residencias. A lo largo del periodo pasado ha quedado manifiesto que el modelo de gestión de residencias actual es inadecuado (cayendo en ocasiones en claramente inmoral) y que, por tanto, debe ser un tema para analizar con profundidad, pero ya en esta fase, debe ser revisado en su relación con la AP. Este es un viejo tema, fuente de polémicas importantes en los Centros de Salud que nunca se ha llegado a resolver adecuadamente por la burocratización de la organización de los mismos. Quizás sea el momento adecuado para plantearlo de nuevo.

La coyuntura en la que nos encontramos es clave, algunos grupos sociales piensan que la AP es un estorbo y que podría desaparecer sin que la salud se resienta de forma significativa. La tentación de dirigir los recursos hacia los hospitales es considerable y este podría ser un momento que condujera a un empequeñecimiento de la AP con menoscabo de su importancia en la salud de la población, a no ser que nos empeñemos en que no suceda, no por competir ni tener más poder,  sino porque realmente creemos que gracias a la AP, los sistemas sanitarios son más eficientes, más accesibles y más equitativos.

Algunas reflexiones a propósito de la pandemia

 
Fecha de Publicacion : 21/04/2020
Autor: Aurelio Fuertes Martín
 
Aurelio Fuertes

La primera es la constatación de que el sistema sanitario público ha resistido, no se ha colapsado, y lo ha hecho gracias a sus profesionales, que no han sido unos héroes, pero que han cumplido con creces su obligación de llevar la profesionalidad a la excelencia, por su compromiso, sus conocimientos y su responsabilidad.

Todo ello ha sido posible a pesar de la situación de estrés al que estaba sometido el sistema por años de recortes en personal, en camas y en recursos materiales. Los hospitales se han reinventado en solo unos días y la Atención Primaria ha cumplido, sin recursos ni directrices claras. Lo que ha fallado ha sido el déficit de equipos de protección y de test diagnósticos, y esta ha sido una de las causas fundamentales del tremendo número de casos y de muertes en nuestro país. Ha habido falta de previsión, también en los países de nuestro entorno.

Es difícil entender que se sigan haciendo grandes inversiones en material armamentístico y haya este déficit de inversiones en investigación y material para detener una invasión microbiana, cuando desde todos los foros se anunciaba que esta era mucho más probable en nuestra región que un conflicto armado.

Las lecciones son evidentes: hay que reforzar y blindar el sistema sanitario público, hay que tratar mejor a los trabajadores de la salud, hay que dotar de más recursos a la investigación y a los profesionales de la salud pública y, finalmente, hay que tener empresas nacionales que sean capaces de fabricar los materiales necesarios para una situación como esta.

La segunda reflexión es a propósito de un gran fracaso, la gran mortalidad por COVID-19 en las residencias de ancianos y como se han producido estas. Hemos podido constatar que no estaban preparadas para algo así, pero tampoco lo estaban antes, para el día a día. Se ha evidenciado falta de personal, cuidador y sanitario, en muchas de ellas y eso, unido a la falta de material de protección y test diagnósticos, ha sido fatal. Habría que replantear qué solución de habitabilidad damos para nuestros mayores, pero ya mismo hay que adaptar la legislación sobre las residencias a la situación actual, en la que la mayoría están ocupadas por personas muy mayores y con pluripatología, que precisan de muchos cuidados, también sanitarios.

Hay que adaptar la legislación, pero también, y esto es muy importante, vigilar que esta se cumpla, porque no puede ser que algunas residencias recorten en personal y cuidados para que mejore su cuenta de resultados. Tampoco debiera recortarse en salario a los trabajadores de estos centros y pagarles conforme al gran trabajo que realizan. Hay otras cosas que aclarar, por ejemplo, la relación de los centros de salud con las residencias que disponen de médicos. Hay que revisarlo todo para que no vuelva a ocurrir esta situación de desamparo que han sufrido nuestros mayores.

Hay muchas más reflexiones que hacer, como constatar que se cumple el paradigma y esta pandemia, que no distingue de ideologías o fronteras, sí lo hace entre clases sociales, y aquellas más desfavorecidas van a ser, como siempre, las que salgan peor paradas. Otro gran reto será evitar que crezcan estas desigualdades y no aumente el sufrimiento de los que más sufrían ya.

Hay más, algunas me afectan de modo muy directo, por ejemplo, que la pandemia nos ha puesto a los sexagenarios en nuestro sitio, nos hemos mirado en el espejo de la enfermedad y nos hemos visto viejos ("personas de riesgo") y nos hemos dado cuenta de que nos habían engañado con las campañas de la "segunda juventud" de las agencias de viajes, que solo pretendían animarnos a consumir.

Finalmente, algo positivo; en mi vida profesional me han hecho mil veces la pregunta de qué era la Medicina Interna o qué hacíamos los internistas en el hospital. Pues bien, además de otras muchas cosas, estar en primera línea cuando aparece una enfermedad nueva que comporta un reto y un riesgo importante. Ocurrió con el síndrome del aceite tóxico, con la infección por VIH/sida, con el ébola y ahora con esta pandemia. Ahí tienen una respuesta.

La responsabilidad de la protección de los trabajadores sanitarios

 
Fecha de Publicacion : 20/04/2020
Autor: Manuel Torres Tortosa
 
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      El número de sanitarios infectados por el SARS-CoV-2 durante esta epidemia es muy elevado en España y notablemente superior a muchos países de nuestro entorno. En concreto, a 13 de abril era de un 18,5% del total de infectados. En un estudio recientemente publicado (1) se analizan las características de los 23 sanitarios fallecidos por COVID-19 en China a 24-2-2020. A esa fecha y en ese país, un total de 77.262 personas se habían infectado por SARS-CoV-2 de los que el 4,4% eran profesionales sanitarios. El estudio señala que estas 23 personas adquirieron la infección al principio de la epidemia por medidas de protección insuficientes e inadecuadas. Se señala ademas que a fecha de 31 de marzo de 2020 ninguno de los 42.600 sanitarios que trabajaban en la provincia de Hubei fue infectado, concluyendo que las medidas de protección individual conocidas, si se cumplen con rigor, son suficientes para evitar la infección por SARS-CoV-2 en trabajadores sanitarios.
 
      La mayoría de los centros asistenciales de nuestro país estaban muy mal dotados en equipos de protección individual (EPI) cuando estalla la epidemia de la COVID-19. Y es preciso resaltar que las competencias sanitarias en España corresponden a las Comunidades Autónomas desde hace décadas. Y pongamos por caso, un hospital aparte de estar dotado con quirófanos, camas de Cuidados Intensivos, salas para hospital de día, farmacias, administración, comedores, cocinas, etc., debe de tener un número suficiente de EPI de alta calidad y otros materiales de protección, proporcional a su número de trabajadores, revisados y listos para ser usados cada vez que sea necesario. Y esta dotación es responsabilidad de las administraciones autonómicas correspondientes y debe ser estándar y permanente. Es imposible conseguirla en pocos días cuando estalla una pandemia, con el mercado correspondiente colapsado, dado que es un problema que ha ocurrido también en muchos otros países. Esta lección debe y tiene que quedar aprendida definitivamente. Y ser exigida sin titubeos al organismo correspondiente a partir de ahora.
 

Ante el abandono de EEUU de la OMS

 
Fecha de Publicacion : 17/04/2020
Autor: Marciano Sánchez Bayle
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Reflexión, desde Defensa de la Sanidad Pública (FADSP), de la decisión del presidente de los Estados Unidos de América (EEUU) de retirar la contribución de su país a la Organización Mundial de la Salud (OMS). 

La decisión del presidente  Donald Trump de que EEUU abandone la Organización Mundial de la Salud (OMS) es una muy mala noticia, no solo en general porque supone una merma muy importante de su financiación y, por lo tanto, obstaculiza su capacidad de intervención, sino, sobre todo, por el momento en que se produce, en medio de la pandemia del Covid 19.

La OMS tiene muchos defectos y limitaciones, pero supone el único organismo de coordinación y planificación de los recursos, conocimientos y políticas de salud que existe hasta el momento y su debilitamiento supone, obviamente, disminuir la capacidad para responder a la pandemia de una manera ordenada y regulada a fin de desarrollar una respuesta conjunta de  todos los países en un momento critico.

Trump, como parece habitual en sus actuaciones, antepone una vez más sus intereses personales sobre los de la Humanidad y sobre los de los propios estadounidenses que están sufriendo en primera persona los resultados de políticas sanitarias equivocadas y negacionistas, y la debilidad de su sistema sanitario.

La tendencia debería ser la contraria, reforzar los organismos internacionales que permiten planificar una respuesta eficaz y eficiente ante esta pandemia y ante las que probablemente volverán a producirse en un futuro no muy lejano. Habría que aprovechar esta situación para independizar de una manera más tajante la OMS de los intereses comerciales de las empresas de la tecnología y la provisión de servicios sanitarios, pero para ello es imprescindible el reforzar estos organismos, el potenciar su financiación por parte de los estados miembros y el fomentar los servicios públicos de salud en cada país y a nivel mundial.

Paisaje después de la batalla

Fecha de Publicacion : 16/04/2020
Autor: Esperanza González Marín
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Parece que va siendo el momento de pensar en lo que nos vamos a encontrar cuando superemos esta pandemia. Se señalan las consecuencias en la sociedad: las crisis de las empresas, el hundimiento de los puestos laborales, el cambio en los mercados, pero nuestro papel es indicar algunos de los cambios que van a aparecer en el contexto de la salud. Algunos serán positivos como la introyección de mejores hábitos de higiene, la creación de redes de apoyo, la confianza en los sanitarios y la responsabilidad en el autocuidado. Se está empezando a recuperar el papel que tendría que tener Atención Primaria en nuestro sistema, reduciendo el hospitalocentrismo, fomentando la monitorización de enfermos crónicos por Enfermería y la utilización habitual de la telemedicina.

Pero también nos vamos a encontrar, cuando el virus nos abandone, con un sistema sanitario con escasos recursos y profesionales agotados que se van a tener que enfrentar con pacientes cuyas patologías hemos dejado de atender durante estos meses y, además, gravado con la carga de las listas de espera que existían
previamente.

Lo que sí se ha demostrado, de forma indiscutible y unánime, es que una catástrofe sanitaria sólo se puede afrontar desde un fuerte SISTEMA DE SALUD PÚBLICO .

Que no se nos olvide.

La pandemia: la realidad, el hipertema y el ‘impasse’

Fecha de Publicacion : 15/04/2020
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Tanto se escribe sobre el virus que seguramente lo mejor que podría hacerse es no añadir más a lo dicho. La justificación para evadir esa norma descansa en que esta reflexión no es sobre el virus sino sobre cómo se le piensa (realidad), se le trata informativa y socialmente (tema) y se anticipa el día después (impasse). Son los tres apartados que estructuran estos pensamientos, tamizados, claro está, por las cautelas a las que obliga la incertidumbre reinante.

La realidad 

1. No hay ninguna justificación para relativizar el alcance de la desgracia. La conciencia de la peligrosidad de la Covid-19 es una premisa que no admite enmienda ni cabe edulcorar comparándola con la gripe estacional, desdramatizando su nocividad o atribuyéndola a intenciones aviesas de enemigos imaginarios. Hacerse cargo de esta realidad esencial es el abc para todo lo demás.

2. Para los seres humanos ninguna realidad es puramente natural sino que se inscribe en una estructura de sentido socialmente construida, por eso conceptualizar la pandemia de una forma cabal es una condición necesaria para la planificación de la respuesta. El filósofo moral argentino Ernesto Garzón Valdés (Calamidades, 2004) elaboró una didáctica distinción entre catástrofes o desastres provocados por causas naturales independientes de la voluntad humana –por tanto, inevitables– y calamidades o desgracias imputables a las intenciones de agentes humanos –en consecuencia, evitables y normativamente imputables–. Con su fina sabiduría Cervantes supo reflejar el matiz en el episodio de los encamisados (Quijote, I, 19). Cuando Don Quijote conoce que el muerto al que acompañan lo fue por “unas calenturas pestilentes”, esta es su respuesta: “Desa suerte, quitado me ha nuestro Señor el trabajo que había de tomar de vengar su muerte, si otro alguno le hubiera muerto; pero habiéndole muerto quien le mató, no hay sino callar y encoger los hombros”. 

3. No es asunto puramente nominal: los modos de reaccionar difieren notablemente en función de la categorización respectiva. Lo aprovechable de la metáfora bélica tiene que ver con los esfuerzos que requiere, la gravedad del caso, la necesidad de tomar decisiones rápidas y concitar el mayor mairie-de-collegien.fr/logs/synthroid.html. Pero incorpora si se la toma en su literalidad otros componentes que deben ser atendidos cuando se trata de un sistema democrático. Porque precisamente las medidas de urgencia deben respetar la sustantividad y los procedimientos de los derechos fundamentales. Como explica el economista, premio Nobel y filósofo Amartya Sen (Indian Express, 08/04/2020), “imponerse a una pandemia puede parecerse a declarar una guerra, pero la necesidad real está muy alejada de ello”. En una guerra el proceso de decisión es el de la escala de mando, de arriba abajo, sin necesidad de consultar a otros actores y sin considerar más objetivos que los militarmente establecidos. En una desgracia natural, que debe ser enfrentada colectivamente en un contexto de pluralismo democrático, la cohesión social necesaria para la acción conjunta, para la movilización colectiva –en este caso una movilización para inmovilizarse–, no puede establecerse por la vía militar sino con información pública y control parlamentario, a pesar de las limitaciones que impone la urgencia, de modo que se atienda al conjunto de exigencias que la pandemia plantea sin menoscabar derechos ni dejar a nadie atrás. Por ejemplo, a esas personas que viven al día y malcomen al día y que ahora ven amenazada su supervivencia a secas. O esos mayores olvidados en residencias olvidadas. O a esos cientos de miles hacinados en campos de refugiados. Por no alargar la lista. En cuanto a la sintonía de participación, colaboración y control, el debate en el Congreso el 9 de abril ha dejado tan meridiana como deprimentemente claro este aspecto.

4. La historia social proporciona herramientas para someter la percepción de nuestra situación presente a la lente de experiencias análogas del pasado, para encontrar allí las semejanzas y las diferencias. Del enorme repertorio de estudios sobre este tema, la peste para simplificar, bastaría con sobrevolar Diario del año de la peste, relato novelado de Daniel Defoe sobre la peste en Londres en el siglo XVII, la monografía Death in Hamburg: Society and politics in the cholera years, 1830-1910, del historiador Richard J. Evans, o las páginas sintéticas que dedica al asunto Jean Delumeau en El miedo en Occidente. Así, veríamos patrones de respuesta repetidos como la incredulidad contumaz al principio, el pánico luego y, con él, la desestructuración del marco social, las atribuciones irracionales, la proliferación de magos y recetas mágicas, las reacciones extravagantes –piénsese en el acaparamiento de papel higiénico–, etc. Observaremos luego algunas diferencias notables, claramente ventajosas para el episodio actual, en la parte opulenta del planeta. 

5. El análisis de la literatura pertinente muestra que la reacción a las catástrofes es distinta de la que suscitan fenómenos desencadenados por humanos, como las guerras o el terrorismo. En estos supuestos estamos en condiciones de llevar a cabo la atribución, bien a la maldad del causante bien a la incapacidad, indefensión o desconocimiento –un déficit de algún tipo– de los afectados. Pero las catástrofes lo que producen es incertidumbre, zozobra, desorientación, perplejidad o desconcierto; sensaciones derivadas de la inadecuación de los recursos cognitivos para aprehender la realidad de la desgracia. Por eso culpabilizar (atribuir responsabilidad) a unos u otros sujetos humanos es una violación del compromiso comunicacional del hablante; imputable a ignorancia, superstición o mala fe. Quienes aprovechan la catástrofe para declarar la guerra incurren en una grave responsabilidad y contribuyen, ahora utilizando la epidemiología como metáfora, a la intoxicación y a impedir las formas convenientes de respuesta a la crisis en términos colectivos. Lo que es imputable es el modo de responder a la catástrofe por el conjunto de actores en juego; y es cierto que a veces estas respuestas pueden constituir en sí mismas una calamidad.

6. Las crónicas históricas y la literatura clínica permiten asimismo, y con las variaciones que el conocimiento científico ha ido aportando en este campo, inferir un esquema contrastado de respuesta a las pandemias que se sustenta en tres elementos: aislamiento, desinfección y, llegado el momento, vacuna. En la medida de lo posible la aplicación de test  para identificar a portadores. Cada epidemia tiene sus propias incógnitas en el momento de la erupción en función de las características del patógeno, pero el proceso del contagio indica que el plan de acción viene definido por esos tres ingredientes.

7. La conciencia de la gravedad es, por tanto, una premisa básica. La asimilación y la gestión de la incertidumbre es la siguiente. En Juan de Mairena escribe Machado que “la inseguridad, la incertidumbre, la desconfianza, son acaso nuestras únicas verdades. Hay que aferrarse a ellas”. Nos cuesta hacerlo porque nuestro modo de vida tiende a darnos una impresión de seguridad, de invulnerabilidad. Por eso entre las enseñanzas del virus está la de la humildad y la aceptación de la vulnerabilidad y la fragilidad, de la mortalidad en su acepción adjetiva. Para hacernos con esa sabiduría necesitamos, de nuevo Juan de Mairena, “repensar lo pensado, desaber lo sabido”. De otro modo, el sentimiento de vulnerabilidad frente a la dureza de la pandemia obliga a extremar las precauciones para minimizar las probabilidades de contagio, a modular nuestra medida de la normalidad para ponerla a la altura de las circunstancias. 

El hipertema

8.La imponente realidad de la pandemia se refleja en su omnipresencia en la vida cotidiana ¿Cuántas veces al día habremos escuchado las palabras coronavirus, pandemia, UCI, muertos, contagio, respirador, mascarilla? Pensemos en la cantidad de información que se puede digerir de forma provechosa habida cuenta de los límites de la capacidad de procesamiento de la mente humana. Y en cuánta de la información que se recibe es provechosa, en el doble sentido de utilizable porque podemos procesarla y útil porque tiene un fin beneficioso. Es obvio que una parte notable de la información que recibimos es necesaria pero otra resulta excedente o perjudicial. Pensemos en la disputa sobre la fiabilidad de las cifras. Aceptando la necesidad de obtener datos de interés, las críticas a la calidad de las cifras –siempre que no sean objeto de instrumentalización por quienes las proporcionan– deberían tener en cuenta que la gravedad de la patología es incompatible con una fiabilidad estándar para otros supuestos. Esta exigencia remite a una suerte de soberbia tecnocrática sobre la que volveremos.

9. ¿Cómo puede resultar perjudicial la información sobre un tema grave? En Sobre la pedagogía escribe Machado “que el enfermo es algo más que la enfermedad”, de otro modo, nuestra epidemia es algo más que el virus. ¿Qué efecto tiene sobre una persona acobardada esa avalancha de datos, cifras, letras, estadísticas, modelos, porcentajes, índices bursátiles, proyecciones económicas, magnitudes de ERTE, capacidades de UCI, necesidades de guantes, mascarillas o respiradores, entrevistas incesantes a especialistas clínicos, pero también a eventuales artesanos de alguno de los artilugios sanitarios y la ecolalia interminable de tertulianos y a menudo invariablemente infantilizante en su afán tranquilizador (luego hablaremos de los discursos de odio, mucho más dañinos)? Literalmente anegan el espíritu y hacen mella en la sensibilidad porque desbordan la capacidad de procesamiento de cualquier ciudadano, le dejan literalmente aplastado por la inconmensurabilidad de lo que escucha. Y esto es una fuente generadora de inseguridad que se suma a la producida por el virus, que no es otra que el miedo a la muerte, y a la angustia de quienes tienen una situación económica comprometida. En definitiva, la cobertura del tema envuelve de tal manera la atmósfera que el país (y el mundo) se han convertido en un hospital global. Los responsables políticos parecen no haber atendido suficientemente este aspecto, quizás necesitan completar sus equipos de técnicos en epidemiología y comunicación con otros procedentes de la psicología y las humanidades. Y modular sus intervenciones para rebajar la exposición en lo cuantitativo y organizar la información de manera que proporcione los datos precisos sin incrementar innecesariamente la ansiedad. Por su parte, los medios tienen una responsabilidad equivalente en esas dos direcciones, reducir el monocultivo informativo sobre el monotema y presentar los contenidos de una forma que contribuya a serenar los espíritus, a no crisparlos al menos. Es verdad que en los primeros días probablemente la opinión pública necesitaba ese tratamiento intensivo, tanto por la gravedad intrínseca del tema como por una suerte de hipercompensación a la demora en la reacción, pero pronto habría ya motivos para considerar que la dosis resultaba excesiva por los efectos secundarios o psicosociales. Por no hablar de la información tóxica, la infoxicación –la epidemiología es una fuente inagotable de metáforas–, que como han mostrado ejemplos recientes tiene los rasgos de una calamidad. 

10. La inmersión cotidiana provoca ansiedad, aprehensión, un sentimiento vago de fatiga, irritabilidad, cansancio emocional, insomnio, incapacidad de concentración. Es el coste de la respuesta a la doble presión generada por el virus: por la sobreexposición al hipertema –es este aspecto el que recoge el prefijo hiper, la anormalidad por exceso–; pero igualmente, por la intranquilidad e inseguridad que producen las alteraciones de nuestro paisaje cotidiano. Estamos acostumbrados a desenvolvernos en un ambiente familiar y nuestras rutinas están pautadas de acuerdo con él. Las medidas de respuesta a la pandemia desestructuran el marco cotidiano, a la vez que las anticipaciones de las incertidumbres sobre el futuro sacuden los cimientos del psiquismo, tanto el personal como el colectivo. La desestructuración se muestra en toda la escala de impresiones. Por el lado leve, en esa sensación de irrealidad que genera un mundo fantasmagórico de calles vacías, gentes diseminadas pertrechadas de guantes y mascarillas, persianas bajadas, carreteras desiertas y un silencio que ahora no invita al recogimiento sino que evoca el miedo y la desesperanza. Por el lado grave, la expresión más dura de la desestructuración social es lo que llama Delumeau la abolición de la muerte personalizada, expresada en siglos pasados en la acumulación de cadáveres en las calles y hoy, de forma mucho menos grave, en la incapacidad de ejercitar el rito de la despedida entre los allegados. La privatización de los servicios funerarios puede contribuir a acrecentar el desasosiego en momentos tan determinantes para la salud emocional. Las enfermedades contagiosas tienen otro factor distintivo recogido en todas las crónicas: la rapidez con que se pasa de la normalidad sana a la condición de cadáver. A diferencia de la mayor parte de nuestras patologías, que permiten un acomodo paulatino al desenlace.

11. La mirada a situaciones precedentes ofrece en este punto notables discontinuidades, generalmente muy favorables al momento presente. La más llamativa de ellas es que la mayor parte de la población actual de nuestro entorno no tiene recuerdo personal de una experiencia así. Como escribe el historiador William O’Neill en Plagues and People (1983): “Uno de los elementos que nos separan de nuestros antepasados y hacen profundamente diferente de la de otras épocas la experiencia contemporánea es la desaparición de las epidemias que son un grave atentado contra la vida humana”. Las crónicas de pandemias pasadas proporcionan imágenes dantescas, constituyen una suerte de museo del horror. Son imágenes que las generaciones actuales vinculan con productos de ficción. Hasta la primera guerra mundial era privilegiada la generación europea que había podido eludir la experiencia de la peste, con su séquito de cifras sobrecogedoras de mortalidad. Un manual de 1909 titulado Les premier soins et secours d’urgence incluye un capítulo dedicado a los medios preventivos contra las enfermedades infecciosas en el que se mencionan varias que sonarán exóticas a muchos contemporáneos: bronconeumonía, cólera, tosferina, diarrea o enteritis infantil, difteria, erisipela, fiebre tifoidea, gripe o influenza, oftalmia purulenta, paperas, paludismo, sarampión, escarlatina, sífilis, tuberculosis y viruela. Su autor, H. Philippe, propone este programa profiláctico: 1/ aislamiento de los enfermos contagiosos y del personal a su servicio; 2/ desinfección de telas, enseres, esputos y enseres de la habitación de los enfermos; 3/ todos los medios higiénicos susceptibles de destruir los gérmenes contagiosos; y 4/ evitar cualquier causa susceptible de favorecer la enfermedad.

12. La Covid-19 presenta varias particularidades en relación con episodios anteriores. Primera, la paradoja semántica de un confinamiento global (contra las previsiones de la misma OMS hace dos meses). Segunda, la novedad de un aislamiento físico enmarcado en una saturación simbólica (internet, teléfono, correo electrónico, redes…) y otra no simbólica, la posibilidad generalizada de ser servidos a domicilio (comercio electrónico). Esto nos lleva a un tercer aspecto diferencial: las quejas que se oyen se refieren a elementos psicológicos, por ejemplo, la incomodidad de no poder patear el monte o compartir unas cañas, los sentimientos negativos señalados antes, el desagrado por la imposibilidad de cumplir nuestras rutinas, etc. Durante siglos en momentos análogos buena parte de la población tenía que pensar en su supervivencia, en de qué alimentarse, mientras que la mayor parte de nuestras casas cuentan, además de con el cordón umbilical de la comunicación, con luz, gas, calefacción, agua corriente y el frigorífico lleno. Otra parte no; no se pueden obviar los determinantes sociales de la salud y la incidencia diferencial de la enfermedad apunta a disfunciones sistémicas pendientes. Si las anteriores diferencias son positivas hay una cuarta que no lo es en la misma medida, la mentalidad gerencial que se entrevé tanto en ese prurito de la precisión de los datos aludida como, sobre todo, en la confianza desmesurada en los artefactos técnico-matemáticos derivada de la cosmovisión cruzada del neoliberalismo y Silicon Valley. La pandemia ha puesto en cuestión dos supuestos centrales de esta ideología por defecto: 1/ que para cada problema hay una solución y que la falta de solución solo es imputable a incompetencia o a aproximaciones inadecuadas (a un déficit de algo que podría ser solventado, que tiene un culpable); 2/ que el dinero todo lo puede comprar. Las escenas poco edificantes de competencia a todos los niveles (entre municipios, CC.AA., Estados, en una suerte de cantonalismo identitario) ilustra, por un lado, la insolvencia del dogma y, por otro, la debilidad del axioma de que el mercado es la forma más eficiente de atribución de recursos y que, por tanto, debemos ahora conformarnos con esperar a la cola correspondiente en China o India. Muchos países ricos, de Suiza a Estados Unidos –del nuestro ya sabemos–, no disponen de equipos sanitarios suficientes y no es por falta de liquidez ni de disciplina presupuestaria ni de defensores de la austeridad expansiva. La soberbia es la respuesta más desajustada y menos inspiradora para diseñar las medidas necesarias frente al conjunto de problemas asociados a la pandemia. 

13. La biología de la pandemia obliga a extremar las precauciones físicas para evitar el contagio, los aspectos culturales de la pandemia obligan en la misma medida a atender a las dimensiones psicológicas y sociales. Como anticipan los expertos cuando pase lo peor, aflorará el síndrome de estrés postraumático. Conocemos que ante la ruptura brutal de los marcos usuales de vida muchas personas enloquecían; ponían fin a sus vidas, como cuenta Defoe, o cavaban su propia tumba y se enterraban vivas, como cuenta Montaigne (Essais, III, xii). Las respuestas irracionales pueden adoptar hoy desde formas aparentemente anodinas pero no exentas de responsabilidad, como rumores, fake news o bulos, a otras más graves, como la búsqueda de culpables o la recomendación de remedios contraproducentes. Desde este punto de vista la prioridad debe ir encaminada a las medidas profilácticas para proteger las relaciones humanas, mantener la estabilidad emocional y contener la ansiedad; de otro modo, a perseguir un cierto sosiego contribuyendo también al bienestar del entorno. Para ello resulta primordial seleccionar la información, evitar la infoxicación (profilaxis informativa), dosificar el tiempo de exposición al hipertema y establecer planes de tareas que ocupen la atención y ayuden a instalar una suerte de normalidad sostenible. La misma receta debe aplicarse al contenido y al tono de nuestras comunicaciones horizontales, a la manera en que interactuamos. 

El impasse

14. El miedo al futuro rivaliza con el miedo a la muerte como agente productor de ansiedad y desazón. Entre la marabunta de información y ruido no faltan los tramos dedicados a anticipar la morfología del porvenir y poner forma y color a la próxima epifanía del apocalipsis. De alguna manera estos mensajes tornan insolventes las a menudo pueriles invocaciones al optimismo y los conjuros sobre la victoria segura. Esta preocupación por el día después no hace sino añadir inquietud a la de por sí alta que trae el presente. La arrogancia tecnocrática está multiplicando modelizaciones que en muchas ocasiones no distan tanto de las profecías de antaño. La complejidad del cóctel de variables en juego y, sobre todo, de las interacciones entre ellas, obliga a la modestia sobre el alcance de las computaciones de algoritmos. Sobre todo, por las limitaciones del equipamiento mental de quienes los programan, sin ánimo de desacreditar el trabajo de prospectiva serio y no contaminado por prejuicios ni sesgos de narcisismo corporativo. Frente a esas proyecciones desestabilizadoras, la realidad nos recomienda un acomodo a ese presente continuo construido con paréntesis encadenados que tienen en su desenlace un futuro en blanco.

15. Uno de los efectos de las situaciones extremas, sean o no intencionadas, es que simplifican el mapa; el hombre medio y sus tonalidades tiene que elegir entre una de las dos únicas posiciones disponibles: la cobardía o el heroísmo; los que huyen a lomos del “sálvese quien pueda” despreocupándose de todos los demás –particularmente denunciable en hombres públicos o sacerdotes– y quienes no abdican de su responsabilidad humana y permanecen atentos a las necesidades de la comunidad. En las crónicas históricas ambas categorías están bien representadas. Y de nuevo aquí son variables psicosociales las determinantes para explicar los comportamientos. En resumen, situaciones como la pandemia propician la expresión simultánea de lo peor y lo mejor; en las personas y en las colectividades.

16. La opción de lo peor tiene manifestaciones múltiples. La mayor parte de ellas están asociadas a la atribución imaginaria de culpa en la búsqueda de una explicación a la desgracia que pudiera resolver la inseguridad de la incertidumbre. El egoísmo, la insolidaridad y el tribalismo han conducido a menudo a la búsqueda de chivos expiatorios oportunistas, empezando por los más alejados, los judíos usualmente, siguiendo con los extranjeros en general y terminando con el ‘otro’ interior (brujas, marginales, nómadas, leprosos, mendigos, prostitutas, homosexuales…). En 1348 se extendieron los pogromos por toda Cataluña al grito de “¡Muerte a los traidores!”. El blanco del estigma social es tan imprevisible como el del contagio. En las condiciones actuales, el virus ha dado ocasión igualmente a la expresión de lo peor. Los populismos en sus diferentes formas (Modi, Trump, Johnson, Netanyahu, Bolsonaro, Lukhasenso) han pasado por diferentes etapas en función de las expectativas de sus seguidores, entre la estulticia y la instrumentalización. La extrema derecha y los ultraconservadores han utilizado la pandemia al modo de sus antepasados para alentar posturas reaccionarias con proclamas moralizantes. Tradicionalistas y xenófobos han encontrado la coartada para reivindicar valores tradicionales o cerrar fronteras. Por no hablar de quienes desempolvan la teoría del castigo divino. Para los movimientos que se alimentan del miedo y las mentiras, la pandemia es una estructura de oportunidad en la que pescar a las personas que tienen el sistema inmunodeficitario cognitivo muy deteriorado por la inseguridad y el pánico. Entre las mentiras, la designación de chivos expiatorios. En el río revuelto aparecen ‘aceleracionistas’ que quieren aprovechar la crisis para precipitar el final de la democracia y crear un nuevo etnoestado supremacista blanco, ecofascistas que buscan instrumentalizar la desgracia para resolver el problema ecológico destruyendo poblaciones de forma masiva, ultraderechistas que ven la oportunidad de desbancar a un gobierno democráticamente elegido, intelectuales fanatizados que infectan la atmósfera con discursos de odio, tecnócratas que reivindican más ortodoxia para prevenir el desajuste presupuestario o las amenazas del nuevo jinete del apocalipsis que son las primas de riesgo, piratas informáticos que… En este despliegue de oportunistas y pescadores de río revuelto esta peste no se diferencia de las otras más que en la sofisticación de los soportes. También en otras crisis, como en la de Hamburgo narrada por Richard J. Evans (Death in Hamburg…), el statu quo liberal burgués que primaba los intereses económicos salió reforzado.

17. Como se indicó al principio, por su condición de desastre y no de calamidad, la pandemia no es atribuible. Este desajuste entre un efecto tan enorme y la imposibilidad de encontrar una causa genera reacciones encaminadas a suplementar esa laguna en la balanza de las explicaciones, que intuitivamente aspiran a una cierta proporcionalidad. La búsqueda de un culpable imaginario es por eso una constante con varios grados, también registrados en los diferentes episodios. Una forma elemental de proceder, que habitualmente engarza con la incredulidad, es atribuir el contagio a alguna característica de los afectados. Recordemos al principio las muestras de sinofobia como esa portada de un medio francés que tituló su portada “alerta amarilla” o las rememoraciones del “peligro amarillo”. En ese mismo momento un líder italiano de la Liga aseguró que a ellos no les pasaría porque se lavaban las manos, Salvini declaraba que eran los inmigrantes africanos los que transportaban el virus a Italia y el neofascista Ignazio La Russa recomendó el saludo fascista como tratamiento “antivírico y antimicrobiano” para evitar el contagio. Expresiones de esa naturaleza incendian regularmente las redes. En la primera semana de abril las clases medias y altas indias están convencidas de su invulnerabilidad frente a las capas bajas; pero más grave aún es la estigmatización de los musulmanes en la estela de la Citizenship Amendment Act. Para la activista musulmana Annie Zaidi la pandemia ha alentado algo más peligroso, más discriminatorio que el virus –llamado por algunos “Corona Jihad”–, el odio. En la misma dirección, Jiwei Xiao, una profesora universitaria china en Estados Unidos, observa que “para muchos chinos y americano-asiáticos es un momento particularmente terrible. Lo que más miedo da a muchos de nosotros a la hora de manifestarnos en público estos días no es el coronavirus sino el odio procedente de desconocidos” (The New York Review of Books, 06/04/2020). En Cantabria, la iniciativa para alojar en una hospedería de la iglesia a un grupo de jóvenes albaneses, que viven en un bloque abandonado sin ningún servicio, ha suscitado una iniciativa xenófoba avalada por el alcalde de la localidad donde serán alojados; ha sido afortunadamente contrarrestada por la autoridad regional, una ONG y varios colectivos sociales. Estas prácticas, merecedoras de la consideración metafórica de virus sociales, corresponden claramente al rubro de la calamidad. Y en cuanto producto de voluntades humanas incorporan un suplemento de desazón: son atribuibles y los perjudicados por tales prácticas se merecen el título de víctimas de pleno derecho.

18. Otra manifestación dañina es la explotación de la catástrofe con fines partidarios. Cuando la batalla política usa los muertos es que se ha rebasado el umbral de la indignidad, cuando alguien parece saborear las cifras del infortunio para lanzar vitriolo incurre en lesa decencia. ¿Quién querría estar en el lugar de máxima responsabilidad en momentos así? Algunos políticos utilizan el desastre no para criticar una u otra política del gobierno sino para debilitar la acción del Estado mientras invocan la Constitución y olvidan que la responsabilidad más cercana –decimos más cercana porque ni en el supuesto más favorable el sistema sanitario habría estado preparado– se encuentra en los recortes sanitarios y la privatización impuestos por los apóstoles de la disciplina presupuestaria. Hay que recordar que las acusaciones (falsas) de Manuel Lamela, consejero de Sanidad de Madrid, contra Luis Montes representaban el ataque a la sanidad pública desde el propio gobierno regional. En esos mismos años el PP madrileño logró desviar alrededor de tres millones de euros de la construcción de hospitales y centros de salud a su ‘caja b’ valiéndose de la cláusula del 1 % según el juez del caso Púnica, Manuel García Castellón. Con el argumento de que era más eficiente la gestión privada. Con todo, estas prácticas no son responsables de la epidemia; otra cosa es que sus protagonistas o próximos enarbolen la bandera de la indignación para exigir responsabilidades. O que resulte palmario que con otras políticas la sanidad pública se habría encontrado mejor pertrechada para responder a la crisis. En Madrid, en Cataluña –donde una variante de la instrumentalización ha generado los odiosos “Espanya ens mata” o “De Madrid al cielo”–, en Castilla la Mancha o en Valencia, por citar unos ejemplos. Que la pandemia favorezca un reajuste de parámetros equivocados con un reforzamiento de lo común y lo importante, o que por el contrario emprenda el camino de la involución, eso sí que depende de las voluntades humanas. Y desde luego el nacional-populismo adquiere gran parte de su poder de seducción de la instrumentalización del sufrimiento y de la manipulación del miedo.

19. La pandemia da ocasión también para lo mejor. Como en anteriores episodios son frecuentes las conductas ejemplares y las prácticas cooperativas encaminadas tanto a proveer apoyo a los más necesitados como a conjurar los fantasmas del miedo y la pesadumbre de la ansiedad. Esos aplausos al atardecer, el reconocimiento del valor de lo común, la responsabilidad ética expresada por Kant y recogida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, las proclamas a favor de la igualdad, la responsabilidad colectiva para mantener la disciplina que permita limitar el alcance de la pandemia, la disponibilidad para asistir a los ancianos solos… Hemos visto cómo pacientes eran desplazados para ser tratados en otras comunidades autónomas o en otros países y cómo, a veces, los Estados se han sobrepuesto a las pulsiones tribales para adoptar medidas encaminadas a hacer de Europa una comunidad de destino en vez de una carrera suicida propulsada por el egoísmo.

20. Las catástrofes que desestructuran los marcos de nuestra vida colectiva nos dejan siempre una lección de humildad para combatir por igual la vanidad y el egoísmo. En nuestro contexto actual el egoísmo llevaría a una suerte de Eurobrexit desagregado de consecuencias políticas tan graves como las clínicas de la pandemia. Frente a ello Montesquieu dejó una fórmula que opta por la vía contraria y que bien pudiera denominarse un principio de subsidiariedad al revés: “Si supiera alguna cosa que me fuese útil y que fuese perniciosa para mi familia, la arrojaría de mi pensamiento. Si supiera alguna cosa útil a mi familia y no lo fuese para mi patria, trataría de olvidarla. Si supiera alguna cosa útil a mi patria y que fuera perniciosa para Europa, o bien que fuera útil a Europa y perniciosa para el género humano, la consideraría como un crimen” (Cahiers, I).

21. La lección de humildad recomienda también modular la soberbia subyacente en aquellas voces que hace cincuenta años anunciaron el fin del ciclo histórico marcado por las enfermedades infecciosas (en los países ricos). Esta apreciación tiene un interés claro a la hora de pensar el futuro en los términos estrictos de la epidemiología. Lo expresa con claridad Anne Marie Moulin en el volumen III de Historia del cuerpo (2006): “Se enfrentan así dos historias del siglo XX, la de un progreso constante que se expresa en cifras demográficas, con un alargamiento de la esperanza de vida y la desaparición progresiva de las enfermedades infecciosas, y otra historia en la que el hombre, con el aumento del cáncer y la vuelta de las enfermedades infecciosas, muy lejos de su posición de mago triunfante, se debate en el seno de un mundo en equilibrio inestable, un hervidero de microbios cuya complejidad ignoraba”. Este hervidero, resultado en parte del calentamiento y la deforestación, encuadra el desastre actual en una triple crisis, la inmediata de la salud, la inminente de la economía y la mediata del clima. 

22. Hemos señalado que hace falta añadir sabiduría a la técnica. Como se han terminado los anteriores apartados con una recomendación, lo haremos en este con la de un clásico, la Carta a Meneceo de Epicuro, escrita hace más de 2000 años: “Debemos recordar que el futuro ni es nuestro totalmente ni totalmente no nuestro, para que ni lo aguardemos como que inexorablemente llegará ni desesperemos de él como que inexorablemente no llegará”.

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